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CON LUZ PROPIA PARA BRILLAR

Pasadas estas fiestas navideñas, meditando y queriendo convertir en “vida” el lema que, este año, nos ayuda a crecer interiormente con Jesús presente en nuestro día a día o en cada acto cotidiano, y tras participar en una actividad parroquial, sencilla a la vez que profunda, sobre la “Escucha Activa y la Respuesta Empática”, comparto unos pensamientos.

Primero, ser luz es un reto al que nos enfrentamos en cada momento, difícil de concretar, a pesar de transmitirnos un concepto abstracto que todos comprendemos; nos llega y hasta entusiasma. La luz quita miedos, nos llena de alegría y nos deja ver qué nos rodea para elegir un camino, una dirección que nos lleve a un lugar determinado o a realizar una acción.

¿Pero, puedo ejercer en mi entorno esta tarea? La responsabilidad, el desconocimiento de tantas cosas, así como el sentido común, me hacen caer en la cuenta de que “ser luz” es imposible por naturaleza. Sin embargo, no me voy a dejar abrumar por un espíritu pesimista. Sí puedo dejar reflejar La Luz en mí y ser como un espejo que proyecta con fuerza la luz que recibe, dispersando los haces a su alrededor. Para ello, solo debo mirar hacia el foco, el origen; ponerme en contacto y dejarlo actuar.

Segundo, ¿cómo transformar en realidad todo ese primer pensamiento? Considero que una herramienta que aúna intenciones con hechos es la “Escucha Activa”. La  escucha es como el rayo que nos da calor e ilumina. Claro, la escucha que facilita conocer y comprender al otro, que va más allá de la simple pasividad al dejar de hablar. Escucha que pone en proceso atención, motivación, interés… Escucha que capta el contenido en las palabras, suspende el juicio moral, la crítica y la interpretación. Escucha que permite vaciarnos de nuestras experiencias y valores para que este lugar lo ocupe el otro. Escucha que fija nuestra atención en la persona y no en el problema o contenido de la conversación. Escucha que lee más allá de las palabras, gestos y emociones, que mira a los ojos y deja todo sin distracciones.

Como se suele decir, “calzando los zapatos del otro”, sin pretensiones, sin necesidad de aportar soluciones. Evitemos adoptar posiciones en un plano superior porque, posiblemente, nos alejen del corazón de nuestro hermano. Simplemente, acompañemos y facilitemos, si es el caso, el camino que debe elegir o seguir quien escuchamos. Es decir, seamos luz.

Quizás creemos que sabemos hacerlo de forma natural, aunque es todo un arte, “el arte de saber escuchar”, como dice Hugh Prather:No quiero escuchar únicamente lo que dices. Quiero sentir lo que quieres decir.” Dejemos de lado la respuesta impulsiva, a veces bienintencionada, para acercarnos a la respuesta empática que parte de la comprensión total del corazón del otro. Es un arte que, con paciencia, voluntad y fijándonos en el “Artesano del Amor”, aprendemos y perfeccionamos. Pues, ¿qué es vaciarnos de nosotros mismos para que ese hueco lo ocupe el otro, sino comprensión y amor?

Así, os invito a que “juntos” vivamos este año, de manera que, a través de una escucha activa o escucha con el corazón, podamos crear respuestas que permitan a quienes se cruzan en nuestro camino sentirse amados, estableciendo lazos de unión entre nosotros como nos ha enseñado Jesús, este “Niñito” del que festejábamos su nacimiento días atrás.

(“Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” Jn 8,12).

         José Juan Lucena Lucena